Businessman in his office with pilot hat

Tres fases principales para iniciar cualquier proyecto de emprendimiento

Normalmente todo creativo desea materializar sus ideas en proyectos o negocios tangibles, de lo cual se está más cerca una vez que el público entra en contacto con el mismo. Un restaurante no es tal si los comensales no pueden visitarlo. Un libro no es tal si los lectores no pueden leerlo. Una empresa publicitaria no es tal si los comerciantes no pueden acceder a ella y sus ofertas. Un creativo no tiene por qué dejar de ser creativo, pero sí aprender a convertir sus ideas en hechos y objetos tangibles y productivos.

Entonces, ¿cómo empezar a materializar tantas ideas? Lo primero es plantearse una serie de fases que debemos cumplir progresivamente, ya que esto nos ayudará a demarcar la evolución del proyecto. Gracias a esto las palabras de todo emprendedor a partir de ahora son: planificar, desarrollar, chequear y actuar, cada una con el mismo nivel de importancia para alcanzar nuestro objetivo: materializar ideas.

La primera fase consiste en escoger un modelo de negocio donde especificar qué proyecto tenemos en manos, cuáles segmentos lo constituyen, qué propuestas de valor tiene, cuáles son los canales para hacerlo llegar a los otros, cuáles son las alianzas claves que podrían establecerse, qué recursos requeriremos a corto, mediano y largo plazo, y por supuesto cuáles son los posibles clientes y por ende cuál será la fuente de ingresos más estable del mismo. A largo plazo esto se convertirá en una suerte de políticas que determinarán el desarrollo del proyecto, ya que permitirán estructurar y darle sentido a lo que estamos construyendo. Son como las reglas del juego.

La segunda fase está relacionada con preguntarse quiénes participarán en la materialización del proyecto. Hoy menos que nunca el trabajo lo hacemos solos. En pleno siglo XXI todas las condiciones están dadas para trabajar en equipo y establecer alianzas en distintos aspectos. Por ello es recomendable acudir a espacios donde hallar el equipo ideal, que nos permita avanzar más rápido y con mayores fortalezas.

Por estas razones contar con un coworker o varios es lo ideal, ya que cada uno podrá ocuparse en distintas actividades. Si hay una buena organización y delegación de funciones podría aprovecharse más y mejor el tiempo y los recursos invertidos. Sin embargo, lo más recomendable es que tus coworker conozcan de qué va el negocio y la dinámica del mercado dentro del cual se quiere introducir el proyecto, pues cada uno deberá asumir con conocimiento las responsabilidades acordadas. En este sentido todos serían una suerte de socios y asesores simultáneamente, para lo cual es vital aprender a escuchar y opinar.

Es indispensable que cada uno de los involucrados asuma que un negocio no es un hobby, por ello deben balancear las actividades clave y las actividades secundarias. Las primeras conducen a la materialización del proyecto, las segundas pueden terminar alejándonos del mismo.  

Y la tercera será ponerse en contacto con los posibles clientes. Esto con varios propósitos; primero para dar a conocer el proyecto, segundo para recoger opiniones y así verificar si lo que se está ofreciendo tiene un verdadero valor para el consumidor. Y tercero validar la hipótesis del negocio directamente con los clientes, quienes a su vez constituirían la red de contactos que permita difundir el negocio y multiplicar sus inversionistas y consumidores.  

Acá los tres pasos indispensables para iniciar un proyecto: definir el sentido y la finalidad del proyecto, ubicar las personas que nos ayudarán a materializar cada fase y finalmente reconocer los posibles clientes interesados en el mismo. Una vez que se tenga claro qué queremos hacer, con quiénes y para quiénes, entonces será momento de poner manos a la obra y actuar.

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